LUCAS MARTÍN. MÁLAGA Más de 5.000 trabajadores de la construcción tratarán de buscar fortuna en el campo en los próximos doce meses, según los cálculos del sindicato UGT, que pronostica un éxodo masivo como consecuencia del aumento del paro y la caída del ladrillo en la provincia.
De acuerdo con Antonio Guerrero, líder de la federación agroalimentaria de la organización, numerosos trabajadores están optando por retornar a sus zonas de origen para reincorporarse a la agricultura. Se trata, en su mayoría, de empleados que abandonaron el sector para mejorar sus condiciones de vida en la ciudad, a la luz del denominado ´boom´ inmobiliario. El desplome de la construcción ha duplicado las cifras de paro en ese sector (el último dato de febrero lo sitúa en 34.600 personas) y lleva a muchos a cuestionarse el retorno. A pesar de las dificultades para obtener datos exhaustivos, el sindicalista reconoce que el regreso al campo ya ha empezado, aunque será todavía más populoso el próximo año, justo cuando se agoten las prestaciones que están recibiendo los desempleados.
Una situación que va más allá de un simple cambio de la orientación laboral, ya que los trabajadores se verán abocados a rebajar su nivel de vida. En las últimas décadas, señala Guerrero, más de 10.000 agricultores se marcharon a la ciudad para trabajar en el ladrillo, un sector que les reportaba mayores beneficios y mejores condiciones laborales que el medio rural. "Ahora todos ellos intentarán volver, sobre todo, cuando se les acabe el paro", reseña.
El problema, insisten las organizaciones agrarias, es que la agricultura no es, ni puede ser la panacea. Su capacidad para absorber mano de obra resulta extremadamente limitada y, a excepción de las campañas de recogida, serán pocos los que puedan hablar de recolocación exitosa.
Para ilustrar el panorama, Guerrero apela a las cifras, apabullantes en lo que se refiere a las expectativas laborales. En la provincia, existen ya 36.000 agricultores dados de alta en la Seguridad Social y la actividad no apunta a la creación de nuevos empleos. Más bien al contrario. La mecanización de las tareas y la incorporación de las nuevas tecnologías ha restringido el número de operarios, que, actualmente, están al límite de la rentabilidad. La proporción en la comarca de Antequera, por ejemplo, es de cuatro trabajadores fijos por cada dos hectáreas, lo que no incita a abrigar muchas esperanzas.
Bolsa de trabajo. Guerrero no se anda con remilgos. Sostiene que el campo sólo será una solución durante las campañas de cada temporada, que no se prolongan más allá de medio centenar de días al año. "Encontrar empleo estable en la agricultura es muy difícil", dice.
Por el momento, ya comienzan a notarse las consecuencias. Inmaculada García, responsable del departamento de recursos humanos en Asaja, asevera que la demanda de empleo ha aumentado ostensiblemente en el último año. "Antes teníamos que hacer grandes esfuerzos para buscar trabajadores que quisieran participar en las campañas; ahora vienen sin que se les avise", puntualiza.
La última cosecha del olivar ha sido un ejemplo. Obreros que no recogían la aceituna desde hace décadas se han visto obligados por la coyuntura económica a abrazar los jornales. Los perjudicados no son otros que los inmigrantes, que se han visto desplazados por el regreso de los trabajadores enrolados en entornos urbanos.García asegura que la pérdida de puestos de trabajo u oportunidades laborales en el colectivo ha sido bastante acusada. La contratación de inmigrantes ha descendido entre un 60% y un 70% en el último curso, lo que ha cambiado el rostro de la agricultura.
La dinámica del campo está en pleno viraje. Al menos, en lo que respecta a los recursos humanos. Los trabajadores foráneos se han quedado sin una posibilidad que, hasta el pasado año, funcionaba como valor seguro. El grueso de los jornaleros, añaden los sindicalistas, estaba formado por población extranjera, cosa que comienza a cambiar de manera radical. "Ya no buscamos trabajadores en otros países y los que vienen se encuentran con que es muy complicado trabajar", subraya García.
Sin duda, el desplome de la construcción tiene consecuencias indirectas en el resto de agentes productivos. Pero casi todos tienen la misma respuesta. Ni el turismo ni la agricultura tienen capacidad para soportar tamaña demanda. "Está claro que va a suponer un problema, especialmente en las cifras de paro, que se agravarán en las zonas rurales", afirma. Malos tiempos también para la azada.
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