Miles de malagueños se echaron a la calle. La multitud derribó la estatua del Marqués de Larios, que fue arrojada al puerto
LUCAS MARTÍN. MÁLAGA Eran los tiempos de la Málaga la Roja, de la aversión a los tiranos, del hambre cenicienta de modernidad. Pocas veces antes se había visto un espectáculo tan enérgico y tan coral. Miles de personas echadas a la calle, aventadas por la euforia, con rostros de impaciencia, incrédulos. Dos días antes habían votado en masa por la opción republicana. Se esperaba la caída de la monarquía, toda la ciudad miraba hacia Madrid.
La mañana del 14 de abril de 1931 fueron muchos los que salieron de casa en busca de una noticia definitiva, de un cambio que presumían radical. La mayoría se agolpó frente a la sede central de Correos, que ocupaba el actual edificio del Rectorado, donde los rumores ganaron tamaño hasta asumir la forma de una bandera tricolor, saludada con gritos de júbilo, de festín.
Málaga se sentía republicana. Las urnas habían supuesto un descalabro para la oligarquía local, representada por los Larios y Félix Sáenz. Las izquierdas se impusieron en los diez distritos. En El Perchel, caso único entre las capitales andaluzas, salió elegido un concejal comunista, Andrés Rodríguez. El historiador Antonio García explica la sensibilidad de la ciudad en las coordenadas de la época, marcadas por la miseria y la actividad anarquista y sindicalista, que había protagonizado dos huelgas generales con anterioridad. «La pujanza laboral se concentraba en el puerto y allí el movimiento y el descontento era notable», resume.
Muchos de los trabajadores, acompañados de sus familias, se congregaron esa mañana frente a Correos, donde hubieran permanecido todo el día de no ser por la presencia del alcalde electo, el abogado republicano Emilio Baeza Medina, que convino con el director de la oficina el transporte de la bandera y se encaminó con la mano en el mástil, como un héroe goyesco, hacia el Ayuntamiento.
Fue la primera gran marcha del día. Las puertas de la casona se abrieron por primera vez al pueblo sin necesidad de salvoconducto. Cuando llegó Baeza Medina, un grupo de simpatizantes ya se había encargado de despedazar el retrato del Rey. El capitán de seguridad trató de evitarlo, pero desistió tras recibir un silletazo en la cabeza. Con el alcalde retornó la compostura. Se izó la bandera. Se aclamó a los concejales. Había nacido la república y con ella la voluntad popular, que lo primero que dispuso fue llamar a la banda de música. En el Centro de Málaga sonó ese día La Marsellesa y el Himno de Riego como si formaran parte de una gramola sin retorno, agitada por las ventiscas que movían a la población.
«La comitiva, entusiasmada, victoriosa y frenética de alegría, recorrió las calles céntricas, hasta la plaza de la Merced», escribirían las crónicas al día siguiente. La celebración duró hasta el amanecer. Las nuevas autoridades se esforzaron por que no hubiera altercados, aunque esto resultó inevitable, dada la magnitud de la concurrencia y la excitación general. Hubo incidentes de una comicidad casi italiana, como el macetazo que recibió un cortejo de manifestantes a su paso por la calle de la Victoria, que fue respondido con afectación ibérica, es decir, a pedradas.
Los malagueños no dejaron para el día siguiente la transformación.
La Alameda, conocida en ese momento con el sobrenombre de Alfonso XIII, fue rebautizada como Pablo Iglesias y la calle Larios adoptó el título de 14 de Abril. La estatua del marqués, como en las grandes gestas acabó en las aguas del puerto y tiempo después fue reemplazada por la alegoría al trabajo que dormía a sus pies, aunque con la intención de colocar en el pedestal la efigie del capitán Galán, héroe de los sucesos de Jaca.
Otros casos resultaron bastante menos simpáticos como la quema del periódico La Unión Mercantil, cerca de Puerta del Mar, que fue saqueado a la manera de los pogromos, con redactores escapando por la ventana y maquinaria ardiendo sobre el asfalto. La muchedumbre se disolvió tras escuchar los primeros tiros al aire de la Guardia Civil, aunque no, precisamente, para retirarse a casa. El mismo grupo la emprendió momentos después con la fábrica de La Patronal y se pensó atacar a la casa de los jesuitas.
Algunos se la tenían jurada a los poderes fácticos, a los que acusaban de colaboracionismo con el monarca y tendencia al enriquecimiento personal. Aún así, pese a los dos incendios y el robo aún sin resolver de doscientas gallinas, los sucesos fueron minoritarios y contrastaron «con un sector republicano que, dirigido por destacados izquierdistas, aconsejaba tranquilidad y orden», precisan las crónicas. Hace ya ochenta años de aquel 14 de abril.
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http://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2011/04/15/euforia-malaga-14-abril/415835.html
viernes, 15 de abril de 2011
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